Uno de los montones más grandes de España es de casi cuatro millones de personas con una característica común: el desempleo.

Hay otros montones pero no son tan grandes:

El apellido García, que mira que hay, del que más, son un millón y medio. Hipotecas, este es otro buen montón, y quién no tiene una, pues en todo el año pasado se constituyeron un millón doscientas mil. Todos los parados cogidos de la mano, ocuparíamos las costas españolas (sin contar las islas). Si cada parado copiara una palabra del quijote, lo escribiríamos casi once veces. Con un litro de agua cada uno, llenaríamos una piscina olímpica y media.  Cuento estos montones de otras cosas para intentar describir la magnitud que supone el “montón” tan grande de desempleados, de seres humanos que padecen, de una u otra manera, la crisis en España.

Pues en este montón tan grande, que está en boca de todos los políticos y constituye su barómetro principal para determinar la calidad de su gestión, me encuentro yo y me gustaría, con este personal escrito, intentar que nuestros dirigentes y la sociedad en general, dejaran de verlo como un todo, como una cifra, como el marcador de un partido de futbol, como un reto o un objetivo a reducir y asumieran y recapacitaran sobre su composición. Está compuesto por personas que tienen una vida que vivir como los que no están en el montón, que tienen derecho a preocuparse por la fecha de caducidad de los alimentos antes que por el precio, a mirar en su periódico las carteleras del cine y no la sección de empleo en un diario prestado, a buscar la manera de ser felices y no la manera de poder comer y vestir. Recuerden que dentro del “montón” de parados hay personas que no pueden pagar su hipoteca, que acuden avergonzados por primera vez a Cáritas a por comida, que han dejado de pagar a otros por insolvencia generando más parados, que tienen que decir te quiero a cobro revertido, que les dicen a sus hijos que los Reyes Magos también están en crisis, que no pueden celebrar una comida-reunión con otros parados para resolver sus problemas.

Por favor,  no muestren ni sientan alegría, orgullo o vanidad, no intenten echar las culpas de la situación a nadie, eso no es productivo. Son ustedes los responsables de la generación de empleo y de la calidad de vida de cada español. Si el principal producto (el bienestar de los españoles) de su empresa (“España, S. A.”) no funciona bien, o no la saben gestionar, por mi parte “están despedidos”. No quiero ver más sonrisas cuando mejore un valor negativo de la economía nacional, ni tan siquiera, la cifra de desempleados; detrás de cada unidad de ese número, de ese “montón” hay un drama, una infelicidad o un malestar.

–Es que estas cosas no se pueden resolver en un “plis-plas”

–Ya me imagino, pero no muestren su opulencia, ni derrochen, ni caminen erguidos, su empresa no funcionó bien y digamos que no sólo genera desempleo, genera también depresión social y eso es muy grave. Atrévanse a pasar un mes con mi renta (421€) y después sabrán apreciar la premura vital de casi cuatro millones de usuarios de sus servicios. No estamos hablando de un valor socio-económico más que figurará en los anales históricos de su gestión gubernamental. Estamos hablando de la urgencia de muchos seres humanos.

Acuérdense de mí cada vez que viajen en primera clase, yo no puedo ni en clase turista, cada vez que  planeen sus vacaciones, para mí las agencias de viajes están a la altura de las joyerías, cada vez que llamen a un camarero, yo me levanto en mí mesa y friego los platos, cada vez que uno más pobre que yo les pida para comer, yo le doy el 1% de mi renta, cada vez que enciendan la calefacción, yo utilizo una manta, cada vez que sonrían, a mí me cuesta un huevo, cada vez que sientan pereza, yo estoy a la expectativa de sus acciones, cada vez que beban agua mineral, la mía es del grifo, cada vez que se compren ropa nueva, la mía es de otro año, cada día al levantarse para trabajar, a mí nada más escribirlo me hiere el alma.

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