En ocasiones me acecha la melancolía
¡Socorro! Reza incansablemente una conciencia dentro de mí, -¡socorro, socorro! Deseo estar de nuevo al cobijo de mi casa, de mi sillón, de mi gente, quiero volver con urgencia a recuperar mi seguridad, mi estabilidad, mi paz…
La monótona paz de la que huí, la estabilidad que hacía aburrida mi vida, la seguridad falsa de la rutina, la cercanía de mi gente, mi poca gente; quiero volver a dejar de vivir, ¿Quiero volver a dejar de vivir?
La vida, y siempre hablo desde mi punto de vista, es “intensidad” en lo que sea, porque la intensidad es amor. Todo lo que nos hace no vivir con intensidad no es vida; y el miedo, la otra cara del amor, es lo que nos paraliza y nos impide vivir la intensidad de las cosas.
Cuantas veces oímos o incluso decimos –Quiero volver a retomar mi vida. ¿Es que acaso esta vida de hoy no es tuya? Sigue siendo tu propia vida pero tus pensamientos se ponen en alerta para dominar tu conciencia y ayudarte a huir ante la intensidad, porque la intensidad puede poner en peligro la integridad del animal humano y por instinto la especie quiere ante todo preservar la vida, le importa poco conceptos del pensamiento como la felicidad, la libertad o la autodefinición.
Buscar intensidad en las cosas no es necesariamente buscar la intensidad en lo escandaloso –saltar en paracaídas, hacer puenting o tirarse a las drogas alucinógenas- la intensidad, aunque dentro de lo cotidiano requiere una mayor conciencia y entrenamiento, se puede conseguir en cada instante, en cada suceso. Algunos llaman “apreciar las pequeñas cosas” o “aprender de lo malo”, yo lo llamo “ser consciente del instante”. Hay cosas que por sí solas son intensas y otras en las que hay que buscarla. Una rosa es bella de lejos, pero si intentamos acercarnos demasiado, probablemente no sea tan bucólico disfrutar de los estambres, pistilos, corola y polen. Cada instante requiere de una distancia y de un análisis distinto. Vivir es apreciar una rosa en su distancia y en un barco hundido y destrozado, el banco de peces de colores que ha hecho de una desgracia un arrecife de vida.
-Bueno, pero esto no es como yo pensaba…
Eso pasa por pensar en cómo serán las cosas, -arte en la que el género humano es bastante burdo y equívoco- y aunque existiera el destino, sería muy arrogante aquél que quisiera saber más que el propio universo sobre su construcción o su devenir, e incluso despreciando la arrogancia, sería imposible valorar todas las variables con las que se construye el futuro.
La fórmula única de vivir, de vivir en equilibrio, feliz -y hoy por hoy creo que no hay otra- es tomar conciencia del presente, de la vida, de la propia conciencia de estar consciente de vivir. Poder mirar a la vida con la imparcialidad del espectador, consiguiendo “desaprender” olvidarse u omitir lo que sabemos, no poner nuestra experiencia al servicio de nuestros pensamientos, la experiencia no vale casi para nada, cada instante es totalmente nuevo y nos enseñará algo nuevo.
-Qué hacemos con el miedo y los sentimientos que no nos dejan andar –y digo andar por que la felicidad no es una meta, es el camino y detenerse por miedo es dejar de estar sintiendo la felicidad y la vida-
Todos los sentimientos negativos, que en principio no nos dejan sentir la felicidad, no son más que representaciones del miedo, un conjunto de pensamientos –creados por “nuestro” cerebro, por nosotros- para detenernos y evitar el dolor físico o la muerte. Si los analizamos con detalle, veremos que son nada, pero sí provocan intensidad y por lo tanto, como parte de nuestra vida los vivimos. Si intentamos alejarnos de los miedos, de lo que nos incomoda, de lo que no nos permite vivir la intensidad de las cosas, estamos alejándonos de la vida y perdiendo intensidad; que es amor. En estos casos debemos tomar conciencia nuevamente, más aún, de nuestra propia vida y mirar al miedo de frente, desechar los pensamientos que nos dicen huye, ríndete, vuelve a tu rutina, recuerda que ya te pasó, que las cosas se repiten… en estos casos debemos deja de pensar con parámetros que se crearon en la mente erróneamente. Prueba a mirar al miedo de frente y decirle (decirte) esta es mi vida y quiero vivirla con intensidad, aunque duela, pero solo tengo este instante para vivirlo ahora, si huyo me iré hacia otros instantes distintos pero habré huido de este y no habré ganado nada, habrá ganado mi pensamiento erróneo que me ha dominado y me ha obligado a dejar de vivir la intensidad de mi vida. Cuando miras de frente y con honradez hacia el miedo, la ira, la rabia, la impotencia la inseguridad, etc. -que al fin y al cabo es todo miedo- con la conciencia de vivirla, se disuelve, se vaporiza y llegamos a apreciar la intensidad del instante, llegamos al amor, a la felicidad. Para ello hay que conseguir, una vez más, ser consciente del instante.
Hay mucha gente que piensa que llegará un día, si hacen las cosas bien, en el que encontrarán la felicidad. Unos creen que será cuando no tengan problemas económicos otros cuando no tengan dolores, cuando reconozcan su valía, cuando dejen de despreciarle, cuando…, cuando… Pues siento decir que eso no le hará ser feliz, ya que la felicidad no está ahí. La felicidad es el camino y está ahora, en este instante, si sabes verla, o mejor dicho si quieres verla.
–Sí, pero, es que…
Pues nada, sigue dándole poder a tu pensamiento que te obliga a huir, a no dejarte preguntarle al miedo qué es y por qué está aquí mientras dejas de vivir la intensidad de la vida.