“Es más fácil engañar a la gente, que convencerlos que han sido engañados”

Mark Twain

Aceptar que hemos sido engañados, sería como aceptar la derrota y no nos gusta perder. Nuestros cerebros, más exigentes que nosotros, tampoco quieren dar ni una neurona a torcer porque eso conlleva desgaste de energía.

A veces nuestras creencias, nuestros principios o las normas de conducta que hemos ido tejiendo durante toda una vida mediante la experiencia, por alguna circunstancia se nos muestran radicalmente distintas y chocan con nuestro ego. Esto crea un conflicto en la lógica de razonamiento y provoca lo que en psicología se conoce como una disonancia cognitiva, un conflicto de ideas opuestas que consume muchos recursos (biológicamente hablando), cosa que al cerebro no le gusta nada pues una de sus labores es ahorrar, simplificar y automatizar tareas. Sin embargo, la necesidad de resolverlo nos obliga a declinarnos por una de las opciones. O bien aceptamos nuestra derrota cambiando a la nueva opinión o conservamos la idea primaria con excusas, a veces ridículas, para mantenernos en la antigua postura sobre la que recaen serias dudas.

La sociedad, la tecnología y la ciencia avanzan mucho más rápido que la evolución adaptativa natural de nuestro cerebro. Antes de existir la ciencia como hoy la conocemos, o el método científico para ser más precisos, nuestra razón se conformaba y hacía dogma de lo que aparentaba ser más sensato, se daba credibilidad al razonamiento más convincente. –El sol gira en torno a la tierra, la tierra es plana porque nadie podría sobrevivir boca abajo, existen cuatro elementos básicos en el mundo: agua, tierra, fuego y aire, cierta combinación de notas puede hacer aparecer al diablo, etc. – Solo el método científico nos ha permitido cambiar la percepción de las cosas. Pero nuestro cerebro aún conserva muchos sesgos primitivos que deforman la realidad. Nuestra inconsciencia, la pereza cerebral y la falta de sentido crítico no nos dejan, todavía, poner en tela de juicio muchos principios que quizá de forma errónea damos por buenos.

Existe en psicología tipificado otro defecto cognitivo “el sesgo de anclaje”, que nos fuerza a darle más credibilidad a la primera información que se nos ofrece. Si nuestro cerebro, quizá por convincente, la acepta como buena, esta pasa a ser nuestro ancla y servirá de juicio o, quizá de prejuicio, para observar otras informaciones similares. A esto le podemos sumar otro condicionante cognitivo conocido como el “sesgo de confirmación” que nos hará aceptar con más vehemencia los argumentos que corroboren la primera información adquirida para evitar así disonancias cognitivas.

Esto explica que existan los terraplanistas, los negacionistas de las vacunas, los espiritistas, las religiones y hasta los que sostienen que hay armas de destrucción masiva en Irak.

Un claro ejemplo de todo esto se observa en la visión que tiene la derecha española de la izquierda. Los que están a la izquierda ven claramente la inequívoca senda del desarrollo social, la humanidad, el progreso y la búsqueda de una equidad social como un estado inteligente, necesario y lógico de su objetivo político, mientras que los que están a la derecha suelen ver: al enemigo, a la izquierda de la guerra civil, al demonio o a un grupo antifascista visceral tipo zombi. A una parte interesada de la derecha le viene bien mantener esta visión y la fomentan con consignas y mentiras cuyo único objetivo es desprestigiar la gestión del gobierno para ganar con malas artes; haciendo que el contrario pierda.

Pero la izquierda del siglo XXI no es así como la pintan; la verdad es que ni siquiera fue así antes. El progreso natural de la humanidad pasa indefectiblemente por hacer, por aportar algo que nos permita mejorar la vida de cada uno, y para eso es imprescindible tolerar una sociedad plural en la que quepamos todos. Establecerse en el conservadurismo, o peor todavía en intentar hacer que todos comulguen con antiguas piedras de molinos es insensato. El mundo nos pide que cuidemos el medio ambiente de forma activa, que derrotemos la educación machista para conseguir la igualdad, que ampliemos la tolerancia en el amor al prójimo para aceptar cualquier forma de amor, que evitemos la riqueza extrema a costa del sufrimiento ajeno, que no pongamos concertinas a la colaboración y al auxilio.

No cabe vernos como víctimas de la política que nos ha tocado vivir, sino como parte. No solo participando en los comicios periódicos para elegir a nuestros representantes sino defendiendo la democracia en todos los aspectos, echando una mano al desarrollo, poniendo nuestro granito de arena al avance, evitando que se entorpezca la labor del gobierno cuando sus decisiones no nos representen individualmente.

El gobierno debe entenderse como una trainera que avanza en un solo sentido, con más o menos remeros a babor o a estribor que pueden variar el curso del avance, pero no la dirección. Para esto es necesario diferenciar los partidos políticos del trabajo de gobierno, nuestros deseos particulares del bien común y nuestra ideología personal del pluralismo. Buscaremos ratificar nuestras convicciones allí donde las rebaten y miraremos España y el mundo desde una perspectiva global.

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