¿No os habéis fijado?, cada sábado de luna llena, la campana mayor de San Martín, tañe una sola vez de noche y a destiempo.
Cuenta la leyenda que, en febrero de 1841, un sábado en la madrugada sonó, con un desentonado quejido, la Martina. El párroco sobresaltado al escuchar aquel extraño tañido corrió al campanario pensando que alguien había subido, pero la puerta estaba cerrada y ya tan tarde nadie deambulaba por aquellas callejuelas. Alguien, aun así, podría estar dentro.
–Llegaré a lo alto desfallecido, mareado y sin aliento para enfrentarme, quizá, a algún desdichado, qué haré entonces, –algunos miedos abordaban al párroco mientras se encaramaba, inconscientemente atrevido, por la retorcida escalera del campanario con la luz de su quinqué y la de la luna llena–. Para su sorpresa, encontró una recién nacida enrollada en una luctuosa manta jironada.
–Quién puede dejar a una indefensa criatura aquí y así, hacer sonar la campana de aquella manera y escapar sin ser visto –volvió a murmurar con desconcierto. Se asomó por los cuatro costados temiendo lo peor, pero nada.
Aquella niña, que hubiera muerto de frio, fue bautizada como Martina. Aquel día se rajó el bronce de la campana y permaneció callada hasta 1844.
Accésit local en el IX certamen de Microrrelatos de Callosa de Segura 2020