Como cualquier animal, disponemos de una serie de sentidos, más o menos desarrollados que nos permiten desenvolvernos en el mundo, que proporcionan información a nuestro cerebro sobre lo que nos rodea. A través de ellos, vamos adquiriendo conocimientos sobre el aspecto y las propiedades de las cosas materiales, que vamos codificando y almacenando en nuestras neuronas. Durante nuestra vida, y cada vez con más profusión, vamos creando redes, conexiones entre las diversas neuronas que contienen información, para crear pensamientos. La intensidad o la robustez de estas conexiones definen la facilidad de rememoración de los recuerdos y la cantidad de unidades de información la complejidad. Todas estas afirmaciones, bastante sintetizadas, podrían ser una buena definición del pensamiento.
Además de los sentidos que permiten la entrada de datos en nuestras mentes hay un sentido más que nos permite entender los pensamientos, cuestionarlos, modificarlos y desobedecer incluso a los más primigenios; podríamos dejar de comer hasta la muerte si nos lo propusiéramos; comer es un instinto.
Este es, para mí el sentido de la razón, o la razón como sentido, pero no en el significado de poseer la verdad sobre algo, no con el significado de “tener razón” sino como la capacidad infinita de ser conscientes, de reconocer, de intervenir en los pensamientos y, que sin duda, es un aspecto que diferencia al animal irracional del racional.
Si pudiéramos hacer caso omiso a este “sentido de la razón”, podríamos vivir automáticamente, repitiendo patrones de conducta aprendidos, como conducir o andar, pero los humanos tenemos la capacidad de modificar los patrones que conforman cada pensamiento. Hoy podemos creer que la tierra es plana y mañana que es esférica. Todas nuestras creencias vienen determinadas por las conexiones que hemos establecido entre nuestra información, por lo tanto, a mayor cantidad de conocimiento mayor posibilidad de tejer ideas más complejas.
Dentro de nuestro banco de datos cerebral, a veces incorporamos conclusiones, porque somos capaces de interactuar con nuestro pensamiento, conclusiones que hacemos formar parte de nuestros pensamientos, para así ahorrar tiempo en rememorarlo sin necesidad de volver a enjuiciarlo; “hacemos destellar” un pensamiento determinado que incluye el contenido de las neuronas con información codificada sobre objetos, definiciones, sensaciones, conjeturas, por supuesto las conclusiones determinadas anteriormente y las conexiones que las unifican, estas conexiones pueden alcanzar a neuronas de otros recuerdos y a recuerdos o ideas muy primarias del cerebro. A veces, a la vista de nuestras ideas, creeremos estar en posesión de la verdad y la defenderemos hasta que una nueva información se incorpore a nuestro cerebro y la integremos en nuestro pensamiento como parte de él, sustituyendo las conclusiones que tuviera. Está científicamente demostrado que el cerebro, inventa la información que le falta para construir un pensamiento completo, aunque yo diría que lo que hace es utilizar la información de otra ocasión parecida para evitar la duplicidad, creando una conexión con el dato necesario. También lo hace porque “la razón” no nos permite dejar un vacío incomprensible en una idea, ha de completarla con lo que tiene.
Algunas personas, cuando su cantidad de información es escasa, optan por blindar sus pensamientos —o algunos de ellos—, hacerlos universales, establecer principios fundamentales y evitar así la disonancia cognitiva y la angustia que puede provocar la curiosidad, el descrédito de la educación a la que nos han tenido sometidos y el miedo que rodea a la muerte. Algunas personas son incapaces de llevarse la contraria a si mismos y se aferran a ideas nefastas, obsoletas, inconsistentes, partidistas o absurdas, solo por pereza. Sin embargo otros, permiten que las ideas evolucionen, que los nuevos conocimientos, en todos los aspectos de la vida, vengan a enriquecer su visión global, a establecer la felicidad como una opción voluntaria y asequible, y el conocimiento como una forma de evolución, una forma de vivir.
Quizá la libertad de las personas está íntimamente relacionada con la felicidad y esta con la capacidad de intervenir en su propia razón, en su propio pensamiento.
Esto es lo que pienso ahora con lo que sé, mañana ya se verá.