No será difícil entender que el pasado no existe si pensamos que es un tiempo que se dejó atrás y que al rememorarlo, lo que hacemos es traer al presente un pensamiento con información de algo que pasó y que ahora no está pasando. Aquí hay que tener cuidado porque en ocasiones nos traemos, junto a los recuerdos, los sentimientos que nos abordaron entonces; si recordamos la pérdida de un ser querido y traemos al presente ese recuerdo, volvemos a sentir el dolor sin darnos cuenta de que no está ocurriendo otra vez; que ahora es solo un pensamiento que viene con todos los valores sentimentales ligados a él. Por lo tanto, el pasado que recordamos es solo un pensamiento guardado.
El futuro es, si cabe, más evidente que no existe, no hemos llegado a ese tiempo, únicamente somos capaces de imaginar situaciones posibles según nos dicta la experiencia; una suposición basada en otras cosas que ya han ocurrido —nuevamente un pensamiento—.
Mientras nuestro cerebro se empeña en buscar relaciones entre lo que sentimos o lo que percibimos a través de nuestros sentidos con otro tiempo pasado; o mientras buscamos la “mejor” manera de posicionarnos en el futuro, el cerebro, la vida está en modo automático, no somos realmente conscientes del presente. Nuestra biología animal, prioriza el sistema “piloto automático” y nos deja la consciencia para analizar lo ocurrido, prever posibles futuros y modificar así las estructuras que conforman los mecanismos que nos hacen vivir sin ser conscientes. Pasamos la vida aprendiendo a vivir de forma automática y segura.
El presente, que en principio debería ser el más fácil de atender, es, sin embargo el más difícil. En el presente no puede haber pensamiento, no podemos juzgar nada porque tendríamos que utilizar parámetros que almacenamos en el pasado y al hacerlo, perderíamos la consciencia del presente ni tampoco pensar que estamos en el presente, esto es un pensamiento de futuro. —Desde ahora me voy a fijar en mi presente. Este pensamiento está en el futuro. Únicamente hay que estar, sentir y vivir sin valorar, sin pensar qué sucederá después, sin comprobar la veracidad de lo vivido, no podemos dejar de ser conscientes de la consciencia presente para mirar en nuestro recuerdo. Si acaso, al abordar un pensamiento, lo debemos hacer desde la consciencia de estar haciéndolo.
Mirar el presente es tan difícil, porque no estamos preparados para ello, porque no es indispensable para existir; a la vida no le importamos nada que nosotros seamos capaces de percibir el presente, solo quiere que sobrevivamos y nos reproduzcamos. Todas las cábalas que hagamos sobre la vida después de la muerte, la felicidad, el altruismo, la humildad, etc. no son más que mecanismos para configurar una existencia con miedo a la muerte y con deseo de subsistir. La naturaleza lo organiza todo para que aprendamos a funcionar automáticamente, lo de “vivir la vida” o “encontrarse a uno mismo” no tiene trascendencia para el universo.
Por eso, cuando conseguimos desconectar el piloto automático y abrazar la consciencia de vivir el presente, podemos ver la esencia de la vida, la razón del universo, la deidad del ser humano.