imagenprincipalImaginemos un espacio oscuro lleno de letras, cada letra sería un dato de un pensamiento, una unidad de memoria; cuando un “disparador” externo o interno evoca un pensamiento, este se excita eléctrica y biológicamente y con él sus conexiones, haciendo aparecer una palabra completa o una idea (ver animación al pie)

Para traer a la conciencia un pensamiento ya instaurado en la memoria, necesitamos un disparador; ver una imagen, oír un sonido, etc. Si yo digo “no por mucho madrugar…” seguramente a todos os despierte de la memoria “…amanece más temprano”, pero si yo no hubiera disparado ese pensamiento, lo más probable es que siguiera allí dormido. Una imagen, un sonido, un olor o el tacto, disparan un proceso de búsqueda de similitudes, busca códigos similares a los que en ese momento obtenemos a través de los sentidos.

La búsqueda es muy rápida debido a que el patrón de búsqueda es bastante escueto, no se busca una formación muy compleja; de un rostro buscaríamos entre los rostros de ojos iguales y rasgos característicos sin entrar en mucho detalle. Esto lo podemos entender cuando leemos una frase en la que hemos cambiado el orden de las letras y aun así podemos leerla con todo su sentido. Etso lo podmeos eetnendr cdnauo leoems una fasre en la que hoems ciabdmao el oerdn de las laerts y aun así podmoes lerlea con tdoo su stedino.  Nuestro cerebro no necesita una búsqueda muy precisa, máxime cuando posteriormente, al encontrar una correspondencia, se excitarán todas las conexiones adyacentes para buscar una relación con el contexto. En ocasiones reconocemos a alguien, pero no lo podemos ubicar por haberlo encontrado fuera de su entorno habitual; faltan conexiones que den por buena la búsqueda.

Unos pocos trazos nos permiten relacionar un rostro con su nombre Lennon, Einstein, Elvis o groucho.
Unos pocos trazos nos permiten relacionar un rostro con su nombre Lennon, Einstein, Elvis o Groucho.

Pero yo quiero hablar de cuestiones más metafísicas y menos biológicas, que es lo que me gusta. Creo que al igual que con la repetición de un movimiento, como cambiar de marchas, andar, o coordinar el tenedor y el cuchillo para cortar la carne, conseguimos automatizarlos; con las emociones, los sentimientos y los credos pasa algo parecido. Automatizamos los movimientos porque no seríamos capaces de estar atentos a muchas cosas a la vez. Con estos procesos de aprendizaje, automatizamos pensamientos y ganamos velocidad de respuesta  dejando libre la consciencia para otros menesteres. En el pensamiento abstracto pasa algo parecido; tomamos decisiones y hacemos afirmaciones con presteza sin una reflexión meditada; ya que una vez la hicimos y la dimos por buena; grabamos en el recuerdo el resultado. Posteriormente nos hemos dedicado, únicamente a reafirmar la idea, a reactivar el conjunto de neuronas y conexiones que establecen cada principio vital. Por eso es tan difícil cambiar de idea.

—Qué mal me cae tal persona. Seguramente hemos etiquetado a todo el mundo que nos rodea, por una serie de razones, con mayor o menor acierto, por algo que hizo o dijo, por algo que nos contaron o por alguna sinrazón. Esa etiqueta está relacionada con la persona sin que en cada ocasión volvamos a hacer una reflexión o una valoración; y en ocasiones las razones de esa etiqueta no son razones fundadas. Quizá el contexto en la que se la colocamos no era habitual de la persona, porque estábamos condicionados por otros criterios o bien porque desde que se la pusimos hasta ahora han ocurrido cosas que hacen que las personas cambien.

La excitación constante y reiterada en conceptos relacionados, como por ejemplo pensar siempre en personas con su etiqueta de  “non gratas” o hermano es sinónimo de uña y carne, amor familiar ; hacen que las conexiones de establezcan más poderosa cada vez sin pasar por un filtro de “recalificación”, estas neuronas que almacenan estas conexiones se van enquistando en una forma determinada, perdiendo poder de resiliencia. La falta de análisis de estas conexiones hace que demos por sentadas muchas cosas que podrían cambiar. El roce hace el cariño. Cuando hacemos un guiño a nuestras neuronas, empezamos a probar y establecer conexiones nueva (desarrollo de la imaginación o creatividad ); conectamos intencionadamente dos términos dispares: rana verde con rascacielos; probablemente nunca hubiéramos establecido esta conexión, pero si lo hacemos voluntariamente sin incidencia externa, creamos nuevas conexiones más o menos lógicas: la rana verde, se vio abocada a saltar desde lo alto del rascacielos, entonces descubrió, ante la inevitable estampa de su espachurramiento contra la calzada, que disponía de alas y que jamás las había utilizado porque no sabía que existían ni vio a ninguno de sus congéneres hacerlo. Esta vez salvó la vida y aprendió que quizá un día fue pájaro y que ahora la evolución estaba empezando a…

o menos convencional:

[…]descenso cuesta arriba
cayendo hacia adentro
de mi locura
de mi vanidad y mi ciencia, conciencia
Sin freno
sin remedio
Inescrutable final en forma y tiempo
acechándome desenfrenada y crecientemente[…]

En definitiva. El cerebro crea conexiones complejas entre las neuronas con información, formando pensamientos o ideas que siempre son viejos, predefinidos, salvo que hagamos un ejercicio de “reconexión con los nuevos datos de que disponemos desde que se creó la maraña eléctrica de ese pensamiento hasta hoy.


La consciencia es entender y sentir esos destellos eléctricos que se producen cuando se intercomunican las neuronas, yo lo expresaría gráficamente como un cielo oscuro en el que leemos carteles luminosos que se encienden y apagan formando ideas que podemos entender. También podemos manejar este sentido con toda libertad, cambiando las conexiones que relacionan la información, haciendo nuevas conexiones —imaginar—, inventando conexiones inexistentes —crear—, borrando relaciones creadas —perdonar—, dejando pasar el tiempo sin reforzar una idea —olvidar— y buscar nuevos valores para crear nuevas conexiones —aprender—

A la consciencia yo le adjudicaría el valor de sexto sentido, la intuición y otras,  del séptimo en adelante si ha menester.

Confucio decía: “Lo que se oye se olvida, lo que se ve se recuerda, lo que se hace se aprende” y tenía razón, esto se debe a que en cada forma intervienen más sentidos y por lo tanto las conexiones se hacen más sólidas y perdurables. Yo añadiría que la pasión, el interés, poner en juego la consciencia, también hace que las conexiones sean persistentes.

 

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