cerebro Perezoso

Nuestra biología está diseñada para sobrevivir con el mínimo esfuerzo. Un salmón no se plantea remontar un río para desovar, como una tarea tediosa, ni una grulla volar 4.000 km. para cambiar de clima cada año con pereza, o un gusano de seda tejer su capullo produciendo unos mil metros de seda, como una aburrida tarea.  Simplemente no se lo plantean, lo hacen y ya está. El ser humano tiende a hacer lo mismo, a no tener que plantearse qué hacer, a aceptar paradigmas, a vivir tranquilos, sin altibajos; para este fin construimos patrones de conducta en nuestro cerebro que van tomando las riendas de nuestra vida, creamos patrones para resolver los acontecimiento que tienen una similitud con otro anterior, de la misma forma, otorgamos razones predeterminadas para dar explicación a lo que vemos, e interpretamos los hechos de la manera más rápida y automática posible.  Esta es una razón por la que cuando vamos a una entrevista, nuestro pensamiento se centra en imaginar todas las posibles preguntas y respuestas, está creando patrones con la información de que disponemos. Estos patrones, una vez que han sido establecidos, buscan la manera de reforzarse; nuestras creencias aunque no tengan o no sepamos su fundamento, desestiman a veces a la más empírica de las ciencias o incluso a la propia evidencia. Un grupo de fanáticos creyentes en los extraterrestres, que fue investigado por el León Festinger (Psicólogo de la universidad de Stanford), sostuvieron que habían recibido un mensaje extraterrestre donde se predecía el fin del mundo para el 1 de diciembre de 1954, obviamente no fue así. Para subsanar su evidente error, dijeron haber recibido un nuevo mensaje que les anunciaba que el grupo había enviado tanta luz al cielo, que Dios había decidido salvar al mundo. Esta razón que parece tan inverosímil, consiguió contentar a este grupo de creyentes, antes que cualquier otra explicación científica, porque aceptar su error supondría un mayor esfuerzo, deberían modificar sus arraigadas creencias y sus patrones de pensamiento; era menor el trabajo de añadir esta nueva e inaudita razón. Algo así pasa también con las religiones que van sucumbiendo a las evidencias científicas, creando nuevas excusas que permiten mantener la creencia en un ser invisible y superior; recordemos los cambios del geocentrismo al heliocentrismo y el actual principio cosmológico que defiende que cualquier punto es igualmente el centro del universo. Hace poco hemos podido oír al máximo pontífice de la iglesia católica aceptar la teoría del Big Bang y la evolución, esgrimiendo que no son incompatibles con la existencia de un Creador.

Deberíamos ser capaces de poner en tela de juicio todo lo que sabemos, creemos, hacemos o vemos; atrevernos a pensar de manera distinta aunque intuyamos que es imposible. Si pensamos lo obvio, estaremos haciendo uso de nuestros patrones de pensamiento, estaremos alimentando nuestra pereza biológica que nos impide crecer como personas, descubrir nuevos horizontes y saborear la vida en todo su esplendor.

La próxima vez que veas despegar un cohete, imagina que este le ha pegado un empujón a la tierra y es esta la que se aleja del cohete que permanece inmóvil; ante una discusión acalorada intentando definir la verdad de algo, en lugar de posicionarte con uno de los contrincantes piensa que los dos están equivocados o que ambos están en lo cierto; da igual que lo creas o no, solo intenta llevarle la contraria a tu cerebro.

Poner en entredicho nuestro propio pensamiento, al principio produce estrés y fatiga, por eso rechazamos a toda costa nuevos puntos de vista, lo que evita la evolución, el crecimiento interior y nos condena a vivir como personas “normales”, personas que siguen la norma establecida. Esta sería una buena definición de vejez por su antagonismo con la esponjosidad y rebeldía de la juventud.

No creo que creer que ya somos suficientemente sabios, que hemos vivido suficiente y que nuestra experiencia es un legado valioso, nos permita vivir tranquilos el resto de nuestras vidas, no, más bien creo que pensar así es un síntoma de senectud cobarde, de haberse rendido ante la vida.

Propongo que nunca te tomes la vida en serio y que no te creas nada.

Aunque igual estoy equivocado.

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