Cada día arraiga en mí con más fuerza la profunda creencia en el deterioro del ser humano. En contra de la lógica, ante cualquier nueva relación personal se antepone el descrédito y la desconfianza. La credibilidad y la confianza son valores que se han de obtener con el tiempo sin que jamás lleguen a su perfección. Esto se debe, creo yo, a que, por una parte, la sociedad, mancillada por los medios de comunicación que ofrece continuamente fracasos sociales, corrupciones políticas, robos de guante blanco y sucesos en versiones incompletas o partidistas, llevan al juicio fácil y condicionado. Por otra parte, la cultura del consumismo provoca el deseo de la posesión como un valor de poder y el poder como un estatus de superioridad social. También está provocado por el deseo de lo material antes que el de los valores humanos. Estos factores hacen de esta sociedad una rueda invivible en la que sólo se sienten a gusto los que persiguen, apoyan y asumen estas razones como camino o meta vital.
En menor medida y también formando parte de la humanidad, podemos observar personas sencillas, con apenas prejuicios, en las que su única meta es vivir y sentir cada instante, los que abren el corazón y ofrecen sus esencia a las personas que cada segundo conforman su camino. Pero estos, los que darían un sentido intrínseco a la vida en sí, sin artilugios materiales, son los más vulnerables, los que sufren la ira de los ciegos materialistas, irrespetuosos del género humano, insensibles y egoístas.
Nada hay comparable a sentirse bien, libre y feliz, lo que ocurre es que los que confunden estos términos no son capaces, casi nunca, de abrir los ojos para ver dónde está el amigo, el humilde o el honrado. Las personas en general buscan estos indicadores en símbolos materiales, en arquetipos de actuación erróneos y entre “sus propios valores”, sin apercibirse de que su valores de propios no tienen nada o casi nada.
Los individuos libres y humildes, casi siempre huyen de dar explicaciones o de mostrar la verdadera naturaleza humana debido a la amarga experiencia de su incomprensión y al rechazo automático por los que se sienten descubiertos o atisban un ápice de verdad que puede poner en peligro su delicado e infundado modus vivendi. Las verdades fundamentales de la existencia humana pueden ser dolorosas cuando muestran la infame falsedad sobre la que se ha erigido una acción, toda una vida, una sociedad e incluso la humanidad. Se va enredando la vida con hipocresía, sumisión, envidia, odio y un sin fin de triquiñuelas que únicamente consiguen hacerla llevadera y socialmente bien vista, pero enredada, inconsistente e irreal.
Parece necesario conocer las razones de la existencia humana, de la inteligencia, la vida después de la muerte, la muerte en sí y el comportamiento humano. Los líderes sociales sostienen el derecho de crean leyes, normas de conducta, establecer jerarquías de poder y promulgar el crédito o descrédito humano. En ocasiones con afán de dominar a sus fieles, otras con la creencia de poseer la verdad o tal vez sin ningún propósito, pero desde luego, se manifiesta en ellos la falta de humildad al no ser capaces o no querer tener una visión real de las consecuencias de sus actos. Provocando en el desarrollo de algunos individuos carentes de la inteligencia o fortaleza suficiente, falsos sistemas de vida y absurdos valores morales.
Muchos de estos líderes, ciegos sin escrúpulos, además son sordos y aún a sabiendas, el temor a enfrentarse a la vida real o a tomar las riendas de su propia vida les hace enaltecer y defender complejos procedimientos mentales para justificar lo injustificable.
Que nadie se atreva a juzgarme sin antes mirarse al espejo con el alma desnuda.
Ésa es la realidad, tan cruda como cierta. Demasiado dolor, demasiado sufrimiento, todo lo demás es una utopía y en el mundo sálvese quien pueda. ¿Merece la pena la agonía de un solo niño por éste mundo? ¿Merece la pena mi felicidad por el tormento de otros? No puedo evitar sentir cierta amargura en mi libertad, bienestar y felicidad frente a la realidad a la que muchos dan la espalda solo porque así es más fácil vivir.